Comentario
El Vietminh conocía muy bien a los franceses. Ho Chi Minh, Vo Nguyen Giap y muchos de sus colaboradores, como Pham Van Dong o Truong Chinh, formaban parte de las elites locales cuyas familias habían colaborado con la administración de la metrópoli. Se habían educado en sus colegios; habían estado en Francia, como trabajadores o como estudiantes; hablaban muy bien francés y leían sus periódicos y sus libros. Sabían que los franceses estaban hasta la coronilla de aquella guerra, que cubría el país de luto; que no se sentían cruzados contra la expansión comunista. Conocían la crisis política interna de Francia y la debilidad de sus Gobiernos; la división respecto a Indochina, donde unos deseaban permanecer a ultranza y otros, marcharse de inmediato; la impopularidad del conflicto, que los comunistas franceses habían bautizado como "guerra sucia"; el general temor a un conflicto más amplio, porque ganaba fuerza el independentismo argelino.
En el aspecto militar, el Vietminh mejoraba sus posiciones. Tras su victoria de septiembre de 1950 en Lang Son -en la que los franceses perdieron seis mil hombres, además de las armas y equipos de una división entera-, los comunistas se establecieron sólidamente en el norte, causaron graves quebrantos al tráfico norte-sur en la zona de Hué -las "carreteras sin alegría"-, y sus guerrillas se afianzaban en el delta, al sur. En esa época, Giap organizó sus fuerzas en grandes unidades, y en 1951 contaba con cuatro divisiones de infantería y una de artillería, aparte de sus grupos de guerrilleros, que pululaban por todo Vietnam.
Era el momento de tomar la iniciativa, según el general declaró a sus comisarios políticos: aquella guerra constaba de tres fases: defensa, consolidación y organización y, finalmente, ofensiva general. Cubiertas con éxito las dos primeras etapas, era el momento de pasar a la tercera. Aquel militar, cuyo talento sería pronto reconocido, concluía: "el enemigo tendrá que pasar del ataque a la defensa y aceptar una campaña de larga duración. Ello le creará una gran incertidumbre: si quiere ganar la guerra, tendrá que asumir que será muy larga, pero Francia no dispone de capacidad económica y humana para prolongarla, ni política ni psicológicamente está en condiciones de hacerlo".
Giap estaba en lo cierto, aunque, seguramente, creía que la victoria se hallaba más cerca, porque no esperaba chocar quizás con el mejor soldado de Francia. Por Indochina habían pasado militares distinguidos, como el general Philippe Leclerc, el almirante D'Argenlieu, el general Alessandri y, tras el desastre de Lang Son, acudió a apagar el fuego el propio mariscal Juin. Como éste fuera necesario en Argelia, fue nombrado alto comisario y comandante en jefe Jean Maríe de Lattre de Tassigny, que llegó a Hanoi a finales de diciembre de 1950.
Lo primero que atrajo su atención fue una octavilla de las que había a millares por las calles: "Ho Chi Minh estará en Hanoi para la fiesta del Tet".
¿Cuándo se celebra esa fiesta?".
Le dijeron que era el comienzo del año vietnamita, a mitad de febrero.
Pues si viene, le recibiremos adecuadamente".
Y se puso a tomar medidas. Prohibió la evacuación de la población civil:
"Mientras estén aquí sus familias, los hombres no podrán ser cobardes". Movilizó a la población masculina francesa, que tuvo que ponerse a hacer turnos de vigilancia, librando de ese cometido a centenares de soldados. Dispuso a sus tropas para una batalla campal, convencido de que en ese terreno eran muy superiores a las de Giap. Organizó Grupos Móviles (GM) de combate al estilo de los que puso de moda la Wehrmacht durante la II Guerra Mundial, que aunaban la rapidez, la autonomía y la potencia de fuego. Finalmente, organizó una fuerte posición en la llanura de Vinh Yen, lugar natural de infiltración del ejército comunista hacia Hanoi.
Ho Chi Minh y Giap conocían los movimientos franceses y aceptaron el desafío. Habían prometido que estarían en Hanoi en febrero y no era político defraudar a sus seguidores. Pero no atacaron frontalmente, sino que asaltaron posiciones secundarias, que debilitaran Vinh Yen. Luego, amparándose en la noche y en la vegetación, arremetieron contra esta posición con dos divisiones enteras, lanzando oleada tras oleada de hombres, protegidos por un denso fuego de artillería. Cuando la batalla parecía perdida, se presentó en Vinh Yen el propio De Lattre, animó a los defensores y reorganizó la defensa.
Regresó a Hanoi, envió refuerzos y reunió toda la aviación que había en la colonia, incluso los aparatos privados de pasajeros. Los cargó con bidones de napalm y, en la tarde del 17 de enero, los envió a contener la riada guerrillera que amenazaba con arrasar Vinh Yen. El Vietminh, que ya dominaba parte de las posiciones clave, se vio acosado por una lluvia de fuego. El cuaderno de un jefe de batallón comunista relataba la tremenda experiencia sufrida: "En aquel momento pareció como si el infierno se desencadenara ante mis ojos. Provenía de unos grandes contenedores de forma ovoidea lanzados por el primer avión. Enormes llamaradas, quizá de un centenar de metros, surgieron destructoras en medio de mis soldados (...). Mis hombres se dispersaron por todas partes y no logré detenerlos. Nadie es capaz de permanecer inmóvil ante un alud de fuego que se desparrama en todas las direcciones quemándolo todo. Estábamos totalmente rodeados de llamas. Huimos hacia el oeste a través de arbustos y matas de bambú (...). La infantería francesa se había lanzado al ataque; percibíamos claramente sus gritos de combate. Llegamos a donde estaba la sección de reserva y el teniente que la mandaba, con los ojos como platos, preguntó: "¿Qué es eso? ¿La bomba atómica?".
El valor, la disciplina y el fanatismo de los batallones comunistas fueron insuficientes ante "el fuego que caía del cielo". Aquella arma, de la que ni habían oído hablar, causó en ellos los estragos del fuego, añadidos al pánico que les supuso la sensación de que estaban sufriendo un castigo sobrenatural.